La noche de los cristales rotos

‘Malcolm & Marie’ (Sam Levinson, Netflix, EE.UU., 2021)

Jesús Villaverde Sánchez
4 min readFeb 10, 2021

Hay momentos en que una nimiedad desata todo un mundo. Un pequeño gesto, un olvido, una frase entre dientes y todo se precipita en una espiral confusa hasta los infiernos de la cotidianeidad. Los anillos de Dante Alighieri. El caos reina. Uno de esos pequeños mundos, en concreto, el olvido de Marie, aparentemente modelo, por parte de Malcolm, cineasta, en los agradecimientos de la presentación de su película, abre Malcolm & Marie. La última película de Sam Levinson, notable creador de Euphoria, se circunscribe a la narrativa de parejas para ofrecer una ventana hacia el pánico intramuros.

Sustentada sobre las interpretaciones de John David Washington y la excelsa Zendaya, la pareja protagonista, que sostiene todo el aparato fílmico y eleva un fantástico guion, la película de Netflix aborda las grandes cuestiones (la masculinidad tóxica, la inseguridad personal, la pareja, el desamor, etc.) llegando a ellas desde lo particular, y diseminando, entre tanto, reflexiones interesantes sobre temáticas más nimias, pero igualmente interesantes, como el papel de la crítica cinematográfica, las motivaciones de los cineastas, el peso del starsystem o la necesidad de reconocimiento en la industria.

Ya desde la magnífica secuencia de apertura –la llegada de ambos al domicilio–, Sam Levinson nos muestra la inmensa brecha existente entre un hombre deseoso de reconocimiento público y una mujer que, pese a parecer más solícita de esta atención, parece mucho más dueña de sí misma. Mientras Malcolm deambula en círculos alrededor de la cocina, parloteando de forma incesante en busca de su reconocimiento, Marie se muestra mucho más pausada y con cierto aire enigmático; primero cocina unos macarrones de la forma más mecánica posible para, después, apoyarse en el quicio de la puerta y fumar un cigarro mientras observa el pavoneo de su pareja. Sam Levinson nos está mostrando los temperamentos de los protagonistas y la enorme fisura que gobierna su rutina con solo una pequeña píldora emocional.

Pronto, el universo íntimo de la pareja temblará y la conversación se tornará más y más intensa a cada palabra. Y con ello, la brecha crece como si un gigante hurgase con su dedo en la herida abierta e incandescente. En uno de los momentos más agudos, ella incluso llega a utilizar un término que ya acuñó el cineasta en boca de alguno de sus personajes de Euphoria: terrorista emocional. Una metáfora bastante sugestiva y certera del tipo de personalidad que posee Malcolm, el ególatra engreído y necesitado de reconocimiento constante. El eterno e incomprendido merecedor del premio.

Levinson, inteligentísimo, apoya su puesta en escena tanto en la conversación, en la que las películas que mencionan sirven como muestra del punto en el que se encuentra su relación, así como en la música que compone la banda sonora y el tracklist. De esta forma, la puntuación de las canciones utilizadas se convierte en uno de los aciertos más grandes de Malcolm & Marie: si él no deja de divagar sobre sus problemas con la crítica, sonará el Selfish de Little Simz y Cleo Sol; si, por el contrario, él reproduce en su playlist la voz de William Bell en Forgot to be your lover, lo hará para tratar de disculparse. De igual manera, cuando suena el Get Rid of Him de Dionne Warwick sirve como estudio de probabilidades, a modo de brillante desahogo cómico, o mientras NNAMDI hace retumbar su Wasted, la relación se mostrará, más que nunca, en sus estertores finales y la imagen los devolverá a través de un juego de espejos y marcos naturales que los muestra juntos en plano, pero más descompuestos y distantes que nunca.

Así hasta el último tramo, en el que Levinson recoge el testigo del neorrealismo italiano –aunque ya lo venía haciendo durante todo el film con la elección, nada inocente, del blanco y negro como artefacto formal– con una secuencia en la que resuenan los cierres tanto de La aventura (L’Avventura; Michelangelo Antonioni, Italia, 1960) como de Te querré siempre (Viaggio in Italia; Roberto Rossellini, Italia, 1954). Una mirada hacia ese dolor profundamente humano, sin aspavientos ni griteríos, que provoca la pareja –qué es, sino un duelo interpretativo– en el preciso instante en el que se agrieta. La noche de los cristales rotos.

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Jesús Villaverde Sánchez

Periodista. Intento escribir retratos y fotografiar historias. Casi nunca lo consigo.